creadores

ORCAJO

sobre el artista

Orcajo nació en Madrid en 1934. Estudió pintura en la Escuela Central de Bellas Artes de San Fernando (Madrid) en 1957. Ha expuesto en importantes galerías españolas y extranjeras, y de las que hay obras en algunos de los principales museos de el mundo. Estamos ante un artista de una intensa y rica trayectoria, su obra, reconocida en España desde los años sesenta, es una apuesta por la pintura y sus posibilidades.

MI AMIGO ORCAJO

Por Erik Casais

 

Angel Orcajo representó a España en la Bienal de Venecia de 1975. Fue su hito más importante, quizás. En ese viaje acompañó a otra figura hoy un poco olvidada, César Manrique. La herencia de Manrique está viva aún hoy en Lanzarote, isla que convirtió en su tótem.

En aquel año ambos artistas viajaron juntos desde Madrid, en tren. Angel fue con su mujer, Maribel, y César fue con un amigo. Me imagino la impresión de acceder por primera vez a la ciudad Serenissima a través de la estación de Santa Luzia, en aquella época, viniendo desde un país tan asfixiante como la España de entonces. Tuvo que ser un shock, sin duda, algo  muy emocionante para los dos ‘jóvenes’ talentos, aún vírgenes en la esfera internacional.

Orcajo entró ese año en la Galería Marlborough. Era un hombre de 40 años con una obra muy poderosa. De ese año son los cuadros “Cabeza Urbana”,  “La Víctima”, “El Sueño del Terror” y “La Lucha”, entro otros. Todos estos cuadros forman parte hoy del fondo permanente del Museo de Arte Contemporáneo de Madrid, el Centro Conde Duque.

En esa época, Orcajo frecuentaba a otros colegas que vivían en Madrid, y que compartían generación, como Luis Gordillo, Juan Genovés, Antonio López. Unos eran ‘figurativos’ y otros eran ‘abstractos’, pero se llevaban bien porque en esos años España se abría a la libertad a nivel político y también artístico. Todos venían de la Academia de Bellas Artes de San Fernando y eran aclamados por la crítica y protegidos por las instituciones.

Pasó algo. Los cuadros de gran tamaño realizados sobre tablero de chapa de madera que mostraban pasajes urbanos, y que habían sido el nudo del trabajo de Orcajo en los años 70, unos años duros, con la guerra de Vietnam como telón de fondo en el mundo, la represión policial del último franquismo en España, y la amenaza de las crisis económicas, no se ajustaban a la política de Marlborough porque eran demasiado grandes, demasiado explícitos, demasiado narrativos, demasiado apocalípticos. El artista dejó la galería que quería cuadros más pequeños, que cupieran en el salón de una casa.

El artista, influenciado por el cine de Metrópolis, por la alienación de la ciudad en la linea de Wim Wenders, por el miedo a la deshumanización implícita en el progreso de la sociedad industrial, por la masificación incipente de un mundo que se empezaba a globalizar, era una voz absolutamente única en el panorama artístico español.   

Yo conocí a Orcajo en A Coruña en el año 2001. Maribel, su mujer, una gallega con la fuerza telúrica de las madres de esta tierra, lo arrastraba a esta esquina del mundo a visitar a los suyos. Angel Orcajo encontraba en los veranos de Galicia un momento maravilloso para descansar de las clases de pintura que impartía en el Colegio San Patricio, en el exclusivo barrio madrileño de El Viso.

Durante esos veranos hablábamos de pintura, de filosofía, de poesía, de Mahler. Yo pensaba que sus cuadros eran sinfonías de Mahler, una especie de traslación pictórica de la música. No era raro que pintara en su estudio con Mahler o Wagner a todo gas.

La trayectoria de Orcajo desde los años 70 debería ser estudiada con detalle por los críticos de arte actuales. Me falta una tesis sobre su obra que aún no he encontrado por ninguna parte. En su momento Francisco Calvo Serraller y Juan Manuel Bonet fueron sus valedores y lo ubicaron correctamente concediéndole exposiciones claves en su biografía artística, pero el tiempo ha pasado y aquella forma de ver las cosas de aquellos grandes maestros debe ser revisitada por los jóvenes de hoy.

Los cuadros que Orcajo ha ido pintando han ido creciendo en ambición y en narrativa, a medida que el hombre se iba haciendo más viejo su obra parecía que se iba haciendo más vigorosa y más rebelde.         

Hubo una exposición memorable en Palexco de A Coruña comisariada por Antón Castro, titulada “La belleza y la destrucción” en el año 2009. Allí había obras de casi 5 metros de largo por 2,5 metros de alto, como “Viento del Alma”, un díptico de 2000 pintado en acrílico sobre tablero, que era una expresión abrumadora de una pintura absoluta, monstruosa, mágica. En nuestros encuentros y en los textos que escribí para el catálogo, siempre hablábamos de ‘fugas’, de ‘scherzos’, de ‘adagios’. La sinfonía pictórica de Wagner.

Otra metáfora que se me ocurrió, fue la del campo de batalla. Es cierto que muchas obras, como por ejemplo “Residuos al anochecer”( Madrid, 1995 ), del cual Antonio Bonet Correa dijo que era una obra maestra absoluta, desarrolla un paisaje devastado en el “aftermath”: puede ser una inundación, puede ser un terremoto, puede ser la destrucción masiva causada por cualquiera de las ‘amenazas’. Es algo que está ocurriendo ahora en el mundo. El mundo es ‘peligroso’ otra vez como hace 50 años.

Los campos de batalla que Orcajo despliega en sus grandes cuadros son una compilación de sabiduría pictórica: Orcajo es un maestro que incluye, como Velázquez o Goya, muchas ‘citas’ en sus cuadros. La pintura es un proceso histórico y Orcajo es hijo de Picasso, por supuesto, pero lo que más le gusta es volver a la pintura romántica, al siglo XIX, a Caspar Friedrich. Esa obsesión que tuvo durante los años 2010 y siguientes por poner el ‘muñequito’ de Friedrich. Qué hace ese hombre solo frente a la naturaleza, en lo alto del monte, perdido. O es eso precisamente.

La última exposción de Orcajo la organizaron sus hijos en la Universidad de Alcalá de Henares, el año 2021. Una  muestra preciosa en un sitio histórico a la altura del maestro. Durante estos años le he ido acompañando a ordenar un poco su legado, entregando a algunas instituciones algunas obras emblemáticas relacionadas con el lugar.

Con casi 90 años y con demencia ya es imposible para nosotros volver a las conversaciones de antaño. Me sorprendió que en la última época estaba pensando en la trascendencia de la vida, en que tiene que haber un ‘algo más’: un materialista histórico, con profundas raíces científicas. ¿Un hombre religioso?

Yo escribí una vez, hablando de la obra de Orcajo: el miedo es el hombre. Pero, ¿ quién no tiene miedo ? La concreción de la ‘amenaza’ que es un poco la temática general o el hilo conductor de los últimos 50 años de la obra de Orcajo, se convierte en algo metafísico.

Yo siempre defendí que la obra de Orcajo trataba sobre la pintura-pintura, que era una manifestación sublime de la técnica pictórica en sí misma, que sus últimos cuadros eran ‘obras de arte’ o ‘arte puro’, y que no contenían ‘política’ ni ‘crítica social’ o por lo menos que no la contenían en el mismo sentido que, por ejemplo, por citar otro referente coetáneo,  “El abrazo” de un Eduardo Arroyo.

La obra de Orcajo es mucho más profunda para mí. Trata sobre la necesidad de la pintura, la necesidad del arte en el interior de las personas, el proceso histórico-ontológico de la creación artística y, en fin, de la libertad creativa, del genio.

Si he de adivinar lo que Orcajo intentaba decirme en nuestras sobremesas galaicas, durante más de 20 años, en realidad, creo que en el fondo su obra trata sobre el alma del pintor.

Esa ‘alma’ es la que nunca va a morir.